De política y cosas peores / Plaza de almas

AutorCatón

Narraré hoy la desastrada historia de don Jaime Rodríguez y de la terrible experiencia que vivió en el pueblo de Nombre de Dios, un prestigiado sitio de Durango. El relato es triste, y seguramente servirá de provechosa lección a alguien. (No sé por qué los relatos tristes siempre sirven de lección, no así los alegres). Haré antes una pertinente aclaración: lo que voy a contar sucedió hace mucho tiempo, cuando las costumbres en ese lugar eran distintas a las de hoy. En la actualidad Nombre de Dios es un pueblo de gente trabajadora y honesta que siempre hace honor a la palabra dada y que nunca deja de cumplir sus compromisos. A lo mejor quienes participan en esta historia ni siquiera eran de ahí. Pero basta de introducciones. Don Jaime era barillero. Se ganaba la vida vendiendo quincalla de pueblo en pueblo, cosas de buhonería: cintas y listones, peinetas, botones, piezas de tela, abalorios y mil y mil baratijas que en los lugares pequeños son muy apreciadas. Entre los que visitó estaba Nombre de Dios. Llegó y fue muy bien recibido, mejor que el doctor Dulcamara, el de la ópera El Elixir de Amor. Todos le querían comprar, todos admiraban boquiabiertos los variados efectos que llevaba. No había quien no quisiera llevar algo: éste un peine; aquél una cachucha; el otro un encendedor de yesca y pedernal. Las muchachas querían espejos; las señoras de más respeto un chal. Por desgracia, le dijeron con rostro compungido, aún no levantaban la cosecha, y por lo tanto no tenían dinero. "¡Eso qué importa!" -declaró munificente el buen don Jaime. Había confianza, no faltaba más. Que cada quien tomara lo que de su gusto fuera; él apuntaría la compra en un cuaderno que para el caso llevaba prevenido, y volvería después a cobrar el monto de lo fiado. Así, a crédito, voló toda su mercancía en menos que se persigna un cura loco. Vacías quedaron las dos grandes canastas que el barillero llevaba, y vacío quedó también un pequeño baúl que traía con cosas de su uso, y que vendió también aprovechando la buena disposición de aquella magnífica clientela. A...

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