La comedia política / El ratón de oro

AutorDan T.

Érase una vez un señor que recorría las calles de la ciudad en busca de un regalo para su hijo.

No quería el señor cualquier juguete. Nada de carritos o pelotas de plástico. El señor quería algo único, espectacular y que, al mismo tiempo, sirviera para enseñarle a su hijo alguna importante lección de vida.

Recorrió jugueterías, tiendas y plazas comerciales. En todas encontraba lo mismo: un castillo de 250 mil piezas para armar, un dragón con ojos de foquitos rojos que rugía electrónicamente, una consola de videojuegos que costaba lo mismo que un automóvil, un carro de bomberos con luces, sirena, manguera, pero sin fuego; un helicóptero de control remoto, ideal para destrozar la paz al interior de un departamento; y un sinfín de cosas sin sentido y sin valor.

En su peregrinaje, de pronto se vio en el barrio chino. Lo reconoció no por los faroles de papel y los ideogramas en las paredes, sino por los bisquets en las vitrinas de las cafeterías. Entonces descubrió una pequeña tienda detrás de una todavía más pequeña puerta, sobre la cual había un letrero aún más pequeño en el que, con letra diminuta, alguien había escrito "Bazar".

Un viejo de largas barbas blancas, sentado al fondo de la tienda, le dio la bienvenida con una leve inclinación de cabeza. El señor comenzó a mirar lo que había en las repisas sin mucho interés hasta que encontró un ratón de oro que lo dejó maravillado.

Y no era tanto por el oro, como por el detalle tan perfecto con que estaba hecho. Si no fuera por el color dorado, cualquiera podría jurar que se trataba de un ratón vivo, toda vez que la figura presentaba todas y cada una de las arrugas alrededor de la nariz del roedor; sus dientes parecían listos para disfrutar un buen pedazo de queso y sus patitas se veían tan fuertes y tan ágiles que no sería descabellado pensar que saldría corriendo en cualquier momento.

-¿Y ese ratón de oro para qué es? -preguntó el señor

-Eso es de una leyenda antigua y la historia es muy larga -respondió el viejo de la tienda- Si lo compra, tendrá que pagar aparte la historia.

-Entonces, compro sólo el ratón.

-¿No quiere la historia?

-No.

-Ya regresará por ella.

El señor salió de la tienda con una felicidad que nunca...

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