Entregas en caliente / Ariadna Briseño, detective

AutorGuillermo Hérdez

Con la mirada perdida en algún pensamiento, sostiene un vaso lleno hasta la mitad de un caro whisky de malta. La luz de la calle apenas ilumina el despacho a través de persianas que se mueven con el aire sucio del ventilador. Sobre el escritorio hay folders desordenados, fotografías viejas, papeles de casos por resolver o que se han perdido en el basurero de la historia.

Su cabello negro sujeto en un chongo improvisado le da un aire severo, sin contar su rostro, de rasgos finos, moreno, pero sin maquillaje. Ariadna cierra los ojos, levanta la cabeza y gime silenciosamente. Suspira, hace la silla hacia atrás, mira al suelo.

-Muy bien, Richard, ya estás mejorando.

-Gracias, jefa, estuve practicando con mi novia.

-Ahora con los dedos, por favor.

El joven asistente, de rodillas frente a Ariadna, se limpia la boca y se ensaliva los dedos, sube aún más la falda de la mujer, que ya le llega a la cintura, y le abre las piernas para introducirle tres dedos. Con la otra mano, usando el pulgar, acaricia el clítoris húmedo de Ariadna hasta que ella estrella el vaso de whisky contra la pared mientras grita:

-¡Ayyy! ¡Caaaraaaajoooo! -Ariadna aprieta los ojos, el orgasmo es tremendo y casi la tira de la silla. Richard, el asistente, se ha levantado y se limpia las manos, complacido.

Después de unos minutos de pasmo, Ariadna se recupera y se acomoda la falda. No suele usar calzones porque nunca se sabe cuándo necesitará recibir por ahí a algún huésped grande y jugoso. Suena el teléfono. Richard contesta y luego de escuchar por la bocina, le dice a su jefa:

-Es para ti. Un caso nuevo.

Ariadna no tiene ganas de tomar ningún caso. Seguro es otra infidelidad o algo que ver con alguna reclamación de seguros. Lo que quisiera en realidad es follar todo el día y que alguien le pagara por ello. Alguna vez intentó curar su adicción en un grupo de ayuda, pero no aguantó ni un mes. Está enferma de sexo, y lo sabe. Y le...

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