Gato sin suerte

AutorFélix Fernández

Durante la década de los 80 en Buenos Aires, específicamente en el barrio de San Isidro, apareció, se activó y fue desmantelada una familia de clase alta dedicada al secuestro de personas conocidas, a quienes mantenían en cautiverio dentro de su misma residencia. Una historia de secuestros que finalizaban en asesinatos una vez recibido el pago del rescate. El Clan de los Puccio se convirtió en película, libro y recientemente en serie de televisión. Arquímides, padre de cinco hijos, era el cerebro de la banda y sus dos hijos varones, cómplices. Alejandro, un conocido jugador de rugby del Club Atlético San Isidro, se encargaba de señalar a quienes serían secuestrados... "La gente se divide entre los que tienen miedo y se quedan en la puerta y los que dicen: 'tengo miedo pero entro igual'", dice en un diálogo de la serie Arquímides a su hijo Alejandro, antes de incluirlo en el clan.

Años después se descubre y desarticula el clan. En un momento en que Alejandro es trasladado hacia los juzgados, esposado, se libera de sus custodios, corre, salta el barandal y se lanza del quinto piso del edificio de tribunales. Queda gravemente herido, pero no se libra de prisión...

Hoy no tengo la menor duda, la libertad y el tiempo van de la mano, es por ello que dentro de una prisión duele tanto la falta de una como del otro. Pero si al no tener libertad ni conocer el tiempo se le agrega la falta de una sentencia, como es el caso de Omar "Gato" Ortiz, ex arquero profesional y seleccionado mexicano, recluido en el Cereso de Cadereyta, la vida deja de tener un por qué y un para qué apenas llegado el amanecer.

Supongo que nadie ajeno a esa experiencia se puede poner en los zapatos de un reo porque para todos nosotros el comportamiento de alguien que ha perdido toda ilusión más allá de pasar tiempo con sus seis hijos, todo proyecto más allá de hacer ejercicio un par de horas al día, toda esperanza más allá de las noticias que pueda traer su visita semanal y toda pasión sin un más allá, resulta inexplicable e improcedente.

Sólo está derrotado quien renuncia, leí alguna vez. Es verdaderamente triste detectar en quien fue un arquero extraordinario y fuera de lo común, los ojos de la renuncia, independientemente de su culpabilidad o inocencia.

Pasé 6 meses junto al "Gato" Ortiz en Celaya a principios de 2002. Encontré a un compañero de físico imponente, alegre, muy trabajador, talentoso, noble, bebedor, inmaduro y explosivo con quien compartí habitación, vestidor y...

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