Nosotros los jotos / Dolor y gloria (en rubber)

AutorAntonio Bertrán

"¡Aaay! ¡No mames!". La expresión fue más que justificada: el hombre estaba bocabajo en el suelo, bien atado, y con mis botas le había pateado la cara. Fue en un arrebato, sin querer, al apresurarme para fotografiar a un muchacho a quien el roce de la cuerda que el máster Rogelio Valerio tejía sobre su desnudo cuerpo, le empezaba a despertar el miembro, desproporcionado para su talla menuda.

Me hinqué para disculparme con el sujeto y los jeans se rompieron a la altura de la rodilla izquierda. Eran viejos y ya tenían una rasgadura atrás que dejaba ver una de mis pálidas y caídas nalgas, porque no llevaba chones...

Los elegí, juntos con las botas rudas y una camiseta negra, para tratar de estar en sintonía con los chicos rubber y demás fetichistas a cuyo taller de bondage asistí la noche del sábado, para saber más sobre el arte erótico de inmovilizar el cuerpo con nudos, esposas y lo que a su cabecita loca se le ocurra.

Para mi suerte, también asistieron los queridos Oso Rafi Zart y Héctor Manuel García, quien se desprendió de su collar y un grueso brazalete de piel con herrajes para completarme el atuendo. "Nada más quítate la camiseta", sugirió el guapo Héctor Manuel.

Hacia las 10 de la noche, éramos unos 25 hombres, entre los veintitantos y cincuentaitantos años, los que formábamos un círculo en una de las salas en penumbra del Tom's, el bar leather de mi barrio sobre el que te he contado en otras ocasiones, querido lector, amable lectora.

En su presentación, cada cual agregaban a su nombre y filias sexuales términos como "dominante", "sumiso" y "switch". Un colega a mi lado se adelantó a preguntar qué era este último rol, y un experto nos explicó que es "a quien le gusta ser sumiso sometiéndose a prácticas de disciplina, como dar esa disciplina siendo dominante".

Yolanda me presenté como autor de esta columna, interesado en aprender y documentar lo que ahí ocurriera para compartirlo sin tapujos. Los chicos de la Comunidad Rubber de México me acogieron con generosidad y entusiasmo, pues son apenas un puñado, muy jóvenes y lindos todos ellos, aglutinados por su filia de usar ropa de látex (rubber). Es una filia carilla porque, me ilustraron, los trajes se compran a través de páginas de origen japonés, con costos de $2 mil pesos y más.

La verdad es que vale la inversión porque se ven cachondísimos, y como lubrican el traje por dentro para podérselo entallar, así como por fuera para que brille, tocarlos es como acariciar el lomo de un brioso...

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