Nosotros los jotos / Cuando embonan los chiles

AutorAntonio Bertrán

"Pide la sopa o la ensalada porque el chile es muy grande, y con las dos cosas no te lo vas acabar", me sugirió mi Prudente Amigo mientras revisábamos el menú. Fue el jueves y estábamos en un restaurante vegetariano de tradición para satisfacer el antojo que nos había despertado el inicio de la temporada de los chiles en nogada, tan patrios y llenadores.

Mi Prudente Amigo había planteado la opción sin carne "para cuidarnos", lo cual me encantó dada la dieta anticolesterol que sigo dado que me lo elevan los medicamentos para el VIH.

"Pero yo no sé comer sin sopa, cariño, y la ensalada siempre es sana, además de que tratándose de chiles una siempre encuentra la manera de zampárselos com-ple-ti-tos", le dije con frescura desobediente.

Quiero mucho a mi Prudente Amigo precisamente porque es así: juicioso y discreto en ciertas intimidades aunque sin complejos closeteros, pues siempre que nos vemos joteamos a voz en cuello. Hablamos igual sobre amores raritos que sobre exposiciones y cine. Por ejemplo, coincidimos que en "Dolor y gloria" el busca premios que hoy es Almodóvar no se atrevió a ser explícito con el tema de la pederastia.

"¡Qué bárbaro el muchacho de los 20 centímetros que publicaste, lo fui a ver en su Twitter!", comentó mi Prudente Amigo arqueando sus tupidísimas cejas, después de que el delgado y alto camarero nos llevó la crema de perejil.

Se refería al escort Daniel (@LeatherDaan20cm) y su herramienta de trabajo, lo cual me dio pie para compartirle la fantasía de que igual la podría tener el chico que nos atendía, tan delgado y alto como el trabajador sexual que nos honró aquí.

"Yo tengo una historia que nunca he contado...", me soltó de pronto mi Prudente Amigo, a lo que mi curiosidad insana reaccionó rogándole la gracia de ser el primero en escucharla.

"Es sobre la cosa más grande que he visto en mi vida", agregó para seguir con el tema chiloso y atizar el morbo que ya me picaba, porque bien que él sabe cómo crear tensiones narrativas.

En ese momento habíamos concluido la escueta ensalada (a la hora de ordenar no se hizo de la boca chiquita y me acompañó en la temeridad de los tres tiempos), y el camarero llegaba con los no platos sino platones donde brillaba, tachonada de granaditas, la nogada sobre sendos chiles poblanos, escogidos entre los más dotados en talla por la pródiga naturaleza.

Y dotados de cierto picor también, que contrastó con el dulce relleno y fue el mejor aderezo para el relato inédito de su vida que, bocado...

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