Nosotros los jotos / Lagunilla de galanes

AutorAntonio Bertrán

Hay una categoría de joto que moja la trusa ante un jarrón de Sèvres, se estremece de gozo al contemplar una pareja de bailarinas art déco o siente venir la muerte chiquita cuando toma té en una mariconsísima taza de Limoges (se pronuncia limosh, querido lector).

Mejor si sus copas de Baccarat pertenecieron a los bisabuelos y se guardan como si fueran el prepucio de Cristo en la vitrina de familia junto a la muñeca de porcelana con la que jugó la tatarabuela hacia 1870.

No hay mayor prueba de abolengo para ellos, que tener junto a la tetera de plata con las iniciales de la tía Angustias Garay-Artabe y Arguinzoni Zavala, las fotos de los parientes mayores vestidos de seda y tocados con sombreros.

Si uno viene de la bragueta de un obrero que no tuvo para tales joterías, pero siente debilidad por los objetos de una época más artística, lo mejor es ir de cacería al tianguis de La Lagunilla. (En nuestras queridas Puebla, Toluca, Guadalajara y Monterrey seguro hay equivalentes).

No me identifico del todo con el joto anticuario, pero algunos domingos me gusta pedalear por Reforma hasta la Guerrero, donde se instala el mercadillo.

Disfruto mucho este paseo porque entre obras de arte de otros siglos, chácharas divertidas de épocas más recientes y de plano chingaderas para la basura, el orificio de la pupila se regocija con una diversidad de galanes que a veces es posible llevarse a casa...

Frente a un puesto con abrigos y sombreros se divierte un grupo de güeritos de Las Lomas, Chiluca o quizá Santa Fe. Han traído a sus novias en expedición atrevida y para no llamar la atención del naquerío que -creen- los puede asaltar, se vinieron en fachas.

A ellas ni quién las voltee a ver en sus pantas que dicen "Bebe" en las nalgas y sus gorras por donde asoma una colita; pero ellos se caen de cachondos con sus abercrombies de a de veras.

Uno en particular parece una escultura: barba negra de dos días, grandes ojos azules y bracecitos de coloso clásico.

Me acuclillo en el puesto de junto como si me interesara un bonche de postales para tener más de frente el arco triunfal del muchacho que la novia no deja de toquetear. ¡Qué suerte tienen las fodongas!

Finalmente agradezco tanto sabroseo de la reinita porque el coloso no resulta de mármol y bajo el...

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