Nosotros los jotos / Mr. Septiembre

AutorAntonio Bertrán

"22 y 5", me responde Dominy como si fuera de lo más común tener ese centimetraje colgando en medio de las piernas, y luego sonríe picarón con sus labios carnosos y esos ojos festoneados por negrísimas pestañas.

Estamos en un privado con jacuzzi de unos baños de calidad señorial en el centro. Mientras saco la cámara y abro mi tripié, ¡pienso en el suyo, madre santa! El veinteañero se retoca la barba frente al gran espejo y se afeita los vellitos de su pecho bien marcado, donde despuntan unos pezones obscuros que son su punto débil, "sobre todo el izquierdo", el del corazón. Goza cuando los chupan, me confiesa, pero nada de mordidas que el sexo rudo no le da placer.

Yo que amo a México pero no soy patriotero estoy muy contento de que nuestro Mr. Septiembre sea un sabrosísimo mulato de República Dominicana, dueño de un desparpajo generoso como las tierras del Caribe hermano, de esa isla que recibió a mis abuelos y padre cuando huyeron en 1939 de la Guerra Civil Española.

"Hace cinco años que estoy aquí, ¡fíjate si no me gustará México! Tengo parientes en la ciudad pero extraño a mi gente y la comida, sobre todo la bandera dominicana que es un plato con arroz, habichuelas (frijoles) y pollo, aunque igual le entro al pozole y todos sus chiles". ¡Mmm!

También le gusta la ceremonia del Grito, me cuenta Dominy quitándose los chones para empezar la sesión de fotos. ¡Mi negro!, exclamo casi en un grito patrio porque me siento lleno nomás de ver su ariete de reluciente ébano, aún en reposo...

Dueño de la situación, el muchacho se mete al gran jacuzzi, acciona la cascada y vierte el baño de burbujas para hacer espuma. Posa como un profesional; incluso no ha desayunado para evitar cualquier alteración de su abdomen con cuadritos de chocolate macizo.

"Es que me encantan las fotos", me suelta. Yo sólo le doy sencillas indicaciones para que suba una de sus largas piernas, voltee hacia la cálida luz ambiental para que sus ojos brillen como la obsidiana o haga fuerza con sus manos grandes, heredadas de antepasados africanos, para marcar los músculos tallados por algún dios negro que desde el origen del hombre sin duda pensó en nuestro deleite, querido lector.

La escultura chorreante de agua tibia que me mira con peligrosa pillería no va al gimnasio, todo se lo debe a su profesión de bailarín...

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