Nosotros los jotos / Vida y liberación en el albergue

AutorAntonio Bertrán

Para mi papá, también migrante, que ayer cumplió 79 años.

La lista incluye pinzas para las cejas, sombras, "crispador" de pestañas, polvo y pintalabios. De preferencia, agregó a su petición Alison Maricela Rivera, adecuados para su tono de piel, achocolatado.

La sonrisa de esta hondureña chaparrita, de 19 años, mostraba unos dientes parejos y blanquísimos entre sus labios pintados de intenso carmín. "¡Estoy feliz, feliz!", decía y lo mismo exclamaban sus negrísimos ojos, con las pestañas bien crispadas bajo unas cejas marcadas con grueso delineador.

"Aquí me siento libre para ser como quiero ser", agregaba la chica trans que en su natal Cucuyagua, Copán, llevaba en secreto el haber nacido en un cuerpo masculino con un cerebro que la hace sentirse mujer.

Y yo que pensaba encontrar solo penas y tristezas en el albergue habilitado para la caravana migrante en el Estadio Jesús Martínez "Palillo" de la Ciudad de México, al que me lancé el martes pasado.

Fui a conocer en persona al comadrerío LGBT y entregarle algunos ejemplares de METRO donde conté el acoso y discriminación que han enfrentado de sus mismos compañeros de éxodo.

También acudí movido por una convicción que le oí referir un día a la gran periodista Elena Poniatowska: no se puede reportear el infortunio y no tratar de brindar algún apoyo. Así que me fui en metro para abrazar a Valentina Guerrero, César Mejía y el joterío migrante.

Llegué al mediodía, con un sol casi tropical. La primera escena que capté en plena pista de atletismo estaba compuesta por tres hombres que jugaban a las cartas apostando. Vi con regocijo que el ganador se llevaría una pequeña cantidad de pesos y ¡dos condones! "Claro, la vida sigue", me dije. Yo mismo había llevado para repartir algunas tiras de condones porque sé que Nosotros los jotos tenemos un fuerte impulso de vida (por no decir de putería), y nada mejor que ejercerlo con protección.

Valentina me encontró en una de las gradas del estadio y me condujo hasta una de las enormes carpas donde, en una esquina, se instalaron gays, lesbianas y trans. Delgada, de voz dulce y hablar pausado, la chica trans salvadoreña no se había bañado aún y pidió que antes de hacerle fotos le diera oportunidad de arreglarse.

Naty Banegas era quien ya estaba lista, como una estrella juvenil -tiene 16 años- que espera a la prensa por primera vez para posar, encantadora. Con un sombrero ligero, el cabello castaño recogido de lado, ombliguera de encaje rosa y negro pantalón de...

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