De política y cosas peores / Plaza de almas

AutorCatón

A las alumnas de la academia de piano les sorprendía mucho que a su maestra le gustara tanto el circo. ¿Por qué la señora Margarita, que siempre andaba triste, que apenas esbozaba una sonrisa leve cuando alguna de sus discípulas lograba dominar aquella pieza tan difícil, por qué, se preguntaban, cuando llegaba un circo a la ciudad jamás dejaba de ir a todas las funciones, y se sentaba, sola siempre, en un lugar de los más caros, en las primeras filas? Yo recuerdo bien a esa maestra. Murió hace muchos años. Vivía cerca de la casa de mis padres. Cuando iba yo al colegio pasaba frente a su estudio -así llamaba ella a su academia- y me detenía a ver a través de la ventana a las lindas muchachas que frente al teclado repasaban el Beyer, o que sentadas en una silla estudiaban el Solfeo de los Solfeos. A veces me cruzaba con la profesora, y la saludaba, pues sentía admiración por ella. Todo lo que se relacionara con la música me causaba admiración. Después, al paso de los años, escuché su historia, y supe por qué iba siempre al circo cuando alguno venía a la ciudad. La maestra Margarita era todavía joven cuando llegó con una compañía de opereta un músico italiano apellidado Sardinelli o algo así. Violinista él, pianista ella, el común amor a la música los unió en otro amor. Se casaron, y al año fueron padres de una niña rubia y hermosa como el sol. ¡Qué dicha aquélla, qué felicidad! La maestra de música no había oído nunca música más bella que la vocecita de Tina, aquella niñita suya, angelical. Pasaron dos, tres años de ventura. Algo sucedió después. Ella no supo qué. Tampoco él le dijo nada. Actuó con esa frialdad y alevosía con que actúan algunos hombres que han dejado de amar a su mujer. Siguió tratándola como siempre la trataba, con afectuosa deferencia. Un día le avisó que irían los tres a la Ciudad de México. Ella necesitaba distraerse, le dijo, divertirse un poco, alejarse de la rutina de la ciudad y de sus clases. Y allá fueron, a la capital. Tomaron habitación en buen hotel, cenaron agradablemente. Al día siguiente, por la mañana, el violinista tomó en brazos a la niña...

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