De política y cosas peores / Agua del cielo

AutorCatón

"Y estas pompitas tan lindas ¿de quién son?" Tales palabras, que no son para ser dichas desde una cátedra, púlpito o sugesto, pertenecen al cuentecillo que sirve de pórtico a mi columneja de hoy... Un viajero salió del hotel. En el camino al aeropuerto se percató de que había dejado en la habitación su celular. Regresó al punto, sólo para encontrarse con la novedad de que en el cuarto estaba ahora una pareja de recién casados. Desde la puerta oyó la anhelosa voz del novio, que con pasión ardiente le preguntaba a su flamante mujercita: "¿De quién es esta boquita tan sabrosa?" Respondía ella: "¡Tuya es, mi vida, para besarte y lo demás que dicte la intimidad de nuestro amor!" "¿Y estos senos hermosos, que parecen palomas escapadas de su palomar?" "¡Son tuyos, mi vida! ¡Para tus manos y tu boca son!" "Y estas pompitas tan lindas ¿de quién son?" "¡Tuyas son, mi cielo!" Desde la puerta les grita el viajero: "¡Cuando lleguen a un celular, ése es mío!"... Y a otro tema... Decían todos: "En el Temporal no hay agua". Don Abundio mismo, que desempeña el cargo de "Esperencia", título vitalicio y honorario conferido en el Potrero de Ábrego a quien reúne al mismo tiempo edad, sabiduría, prudencia y equidad, aseguraba que en esas tierras jamás podría hallarse agua, y que si alguna se encontraba alcanzaría apenas "pa' que se moje las patas una rana". Por eso la labor era llamada así: el Temporal, porque sólo se regaba con las lluvias que mandaba Dios. Durante la gran sequía de los sesenta el rancho se vació de gente. (Fue entonces cuando el primo Antonio puso a la orilla del camino un letrero que decía: "Potrero de Ábrego: 14 sobrevivientes"). Aquellas tierras de buena calidad quedaron abandonadas para siempre. ¿Para siempre? No. Yo las miraba, y me parecían una mujer madura, solitaria, pero dispuesta aún a la maternidad. Por fin hace unos meses llevé al Potrero a mi amigo Poncho Garza, que sabe hallar el agua en las profundidades y sacarla a la luz para que dé la vida. Y él perforó la roca, y encontró un hilo claro que corría allá abajo. El agua no era mucha, pero sí suficiente para hacer el milagro de fecundar aquella tierra que anhelaba, como todos los seres en el mundo, dar la vida. Pusimos un papalote. Así...

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