De política y cosas peores / Plaza de almas

AutorCatón

¿Qué edad tiene Lucita? La suficiente para que la llamen así: Lucita, y no Luz, como cuando era joven, o doña Luz, como la llamarán cuando sea vieja. No cuenta más de 40 años, pero tampoco -¡ay!- menos de 30. Es lo que antes se decía una "solterona", palabra que suena rara en nuestro tiempo. Ahora hay muchas solteras, pero ninguna solterona. Lucita todavía está en muy buenas carnes. Al ir por la calle no falta algún majadero que le diga un piropo subido de color. Ella finge no haberlo oído, pero por dentro -y en ciertas partes de por fuera- se sobresalta en forma que la inquieta. Después le confiesa los sobresaltos a su director espiritual. El sabio sacerdote -jesuita él- le aconseja no dar oído a esos requiebros. Son voces de Satanás, le dice. Fuerte señor es el demonio, sin embargo: mientras Lucita reza la penitencia sigue escuchando, mezcladas con las avemarías y los padrenuestros, aquellas palabras encendidas que tanto la excitaron. Y ahí, en plena iglesia, su cuerpo palpita y se estremece. No entremos en detalles, sin embargo. Para desviar la conversación voy a citar las agrupaciones a las que pertenece esta piadosa señorita. Es Hija de María; miembro -"miembra" dice ella- de la Adoración Nocturna, y socia fundadora del Ropero del Pobre. Todos los días oye misa y comulga; todas las tardes va al rosario; todas las noches asiste a la hora santa. La vida de Lucita es una continua devoción. Pero ella siente en el fondo aquel otro llamado. Es la voz de la vida. Y es que no se han apagado en ella los ardimientos de la juventud. A veces tiene sueños que la turban. Despierta llena de confusión. Entonces, a la sombra de la noche o en la penumbra del amanecer, la misma mano con que reza el rosario y se persigna va por caminos diferentes. Esto último, curiosamente, no la angustia mucho. Lucita podría vivir muy bien sin la virtud, pero no puede vivir sin el pecado. Sucede que la culpa es la materia prima para confesarse, y el sacramento de la confesión le encanta. Eso de estar a solas con un hombre, de hablar con él en voz baja, de sentir su presencia cerca de ella, y que en esos momentos es sólo para ella, la llena de sensaciones inefables. Por eso si no tiene pecados los inventa, igual que esas...

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